"Una vuelta por Sudáfrica"
(June 2010)
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La primera nota que escribí para Barriletes contó sobre un filósofo alemán-estadonidense, Frithjof Bergmann.

Explicó su filosofía que se llama “Nuevo Trabajo” – “un movimiento de cambiar el trabajo y la economía, la vida y la cultura.”

Mencionó unos “centros de Nuevo Trabajo” en los EEUU, Canadá, Alemanía y Sudáfrica.

Por cinco semanas, desde los fines de enero hasta el comienzo de marzo, estuve en Sudáfrica.

Fui para juntarme con Bergmann, para ver los Centros, y, más que nada, para buscar Nuevo Trabajo.

* * *

Fue mi primera vez en el continente.

Fui porque gané un concurso de vídeo. El premio fue un viaje a casi cualquier país. Decidí Sudáfrica para ir a algún lado lejos donde también podría hablar con la gente. Y también para perseguir estos fantasmas de Bergmann y Nuevo Trabajo.

Viajé unos 3500 kilómetros dentro del país en avión, auto, 4x4, bus, y taxi.

Salí un domingo a la mañana de Chicago. Mi madre me llevó al aeropuerto antes de ir a la iglesia.

Volé a Washington. Después a Dakar. Después a Johannesburgo. Finalmente llegué a Ciudad del Cabo el lunes a la noche.

Pasé cinco días en una ciudad que se llama Stellenbosch, una ciudad universitaria cerca de Ciudad del Cabo. Se me arregló unos viajes a la ciudad, a la costa. Había un hombre de la universidad que me mostró todo.

Volví a Johannesburgo en avión.

* * *

Mientras estuve en Chicago durante la navidad, fui a Michigan para conocer a Bergmann.

Yo había estudiado con un alumno de él, un alumno que ahora es profesor (Bergmann es viejo, tiene 78 años). Ese alumno me puso en contacto con Bergmann.

Los tres – el filósofo, su alumno, y el amuno del alumno – nos juntamos en la universidad de Michigan.

De ese encuentro ya tuve la idea de que Bergmann no fue alguien tan serio que sus palabras en la página. Que el hombre no fue tan valiante como su teoría.

Ya empecé a pensar que los centros de Nuevo Trabajo no eran mucho más que lugares que, en algún momento, funcionaron, eran centros de algo interesante, alternativo, pero por algún momento efímero. Empecé a creer que Nuevo Trabajo siempre ha existido más en hojas de papel, en palabras, que en edificios y comunidades, en realidad.

Así por fin, después de unos días de esperar en Johannesburgo, Bergmann y yo nos juntamos.

Él hizo su doctorado en la universidad de Princeton en los años cincuenta. Estudió y escribió sobre Heidegger, Nietzsche, Kant, Hegel, los alemanes. Después dejó la academía y se fue para vivir solo en el bosque. Era amigos con el poeta Allen Ginsberg, quien vendría a su casa de campo para visitarle. Bergmann siempre se acostaba temprano. Ginsberg no. Seguía escribiendo por la noche.

Cuando Bergmann se levantaba temprano, leería lo que había escrito Ginsberg. Leía lo que casi nadie – ni probablamente Ginsbego mismo – había leido todavía.

Bergmann se fue a California y pasó tiempo con los hippies cerca de San Francisco. Estuvo en el bus “Further” con Ken Kesey y los “Merry Pranksters” que fue a México.

Y después desarrolló Nuevo Trabajo. Desde entonces, más que nada en Detroit y la universidad de Michigan ha tratado de crear Nuevo Trabajo.

Pero lo que ha hecho – de hecho – es poco más que hablar con fundaciones y gobiernos, con gente rica y organizaciones no gubernamentales. Habla hasta los límites de sus ideas, sin restricciones prácticas. Y por eso, claro, no ha ganado muchas oportunidades ni mucha plata para comenzar nada.

Pero ha ganado bastante – y esto es importante – para viajar, para juntar con líderes importantes, con pensadores importantes, para seguir una vida cosmopólita, una vida que parece siempre al borde de convertirse en algo grande, a llegar a ese punto de ser también importante.

Así pasé unos días juntando y hablando con Bergmann. Y no fue para nada. No es tan común hablar con un filósofo, y menos común hablar con alguien que tiene 78 años que viaja y habla y piensa como que tiene 30.

Y me parece bastante bueno para mi...salud mental...que he aprendido ya que los que crean las ideas no son necesariamente los que realizan esas ideas en el mundo, que hay una gran diferencia entre descubrir una idea y usar una idea, entre pensar y hacer.

No hay mucho que hacer en Johannesburgo para el visitante. Es una ciudad de trabajo, una ciudad de inmigrantes de todo el continente.

Un día tuve la suerte de conocer a Heidi Holland, una periodista Zimbabuense que escribió un libro hace unos años sobre Robert Mugabe. Tiene ella un hotel en Johannesburgo que es casi un salón literario. Casi todos los escritores, los profesores, los periodistas, y hasta probablamente unos espías también duerman en el hotel de Heidi.

Me dio un montón de libros para usar por el restante del viaje, unos diez kilos de nuevas novelas sudáfricanas. Eran pesados en la mochila, pero no iba a negar libros de una periodista guapa.

* * *

Haría un gran, gran circuito del país con las dos semanas restantes del viaje.

Salí de la ciudad en auto, con un chico, un joven abogado. Me llevó por el desierto Karoo hacia Ciudad del Cabo.

Volví allí porque pensé que mi buena amiga iba a visitarme desde Francia y que llegaría a Ciudad del Cabo.

Unas horas fuera del Cabo, en un parque nacional, en su famoso “Punto de Desolación”, me llamó la amiga y me dijo que no podía venir porque de problemas con su pasaporte.

Así volví a Ciudad del Cabo medio-deprimido, medio-perdido.

Habíamos pasado una noche en el desierto en un hostel. Conocí un chico allí. Se llama Nic. Es un tipo que no lleva zapatos nunca, que hace surf, que también quiere ser escritor.

Lo llamé en Ciudad del Cabo. Fuimos a las viñas – el Cabo Occidental de Sudáfrica es como Mendoza, una tierra borracha de vino, pero en Sudáfrica es también la tierra de las villas más grandes del mundo, la pobreza más terrible de la historia.

Conocí a una porteña en el hostel en el centro de Ciudad del Cabo. No me fue bien.

El día siguiente de que la conocí estuve agarrando una carta de su bolsa, una carta de amor que le había escrito. Le estuve diciendo que no le merecía tanta cosa.

Se la dije justo antes de salir de la ciudad en el auto de Nic para ir a la casa de su tía en una ciudad por la costa que se llama Hermanus. Es una ciudad donde se van para ver las ballenas.

El día siguiente de ese día estuve con Nic en un restaurante al lado de la carretera en el campo, comiendo la primera comida desde que habíamos salido de la ciudad el día anterior y desde que pasamos una noche sin dormir con sus amigos y su tía y su amante tomando demasiado de todo.

El día siguiente de ese día salí de Ciudad del Cabo para viajar en bus por la costa. Fui al Transkei, una zona medio-autónoma, una tierra bastante africana y tradicional. La tierra de donde viene Nelson Mandela.

Fui a un hostel rústico en la playa. Tuve que tomar el bus hacia la ciudad de Umtata, después un taxi por una hora, después una camioneta vieja. Manejó un viejo campesino. Fuimos adentro de la selva, de las montañas, hacia el mar.

En el hostel no tenía electricidad ni Internet ni plomería. Es dónde van los viajeros alternativos para olvidar su culpa constante de vivir en el primer mundo.

Había chozas reales, había áfricanos negros reales viviendo en estas chozas. Cuando se viaja a Sudáfrica se encuentra un lugar muy blanco, en muchos sentidos, un lugar que no parece tan áfricano. Así ir a un lugar como el Transkei es como ir a otro país.

Seguí mi viaje hacia Durban, la tercera ciudad más grande del país. La mayoría de los indios que viven fuera de India viven en Sudáfrica. Y la mayoría de esa mayoría viven en Durban.

Pasé una noche. Tomé un colectivo hacia Los Drankensberg, las montañas más altas del país. Hice un viaje a Lesotho, una nación dentro de Sudáfrica, un reino.

Vi una banda de chicos llevando bolsas de marihuana hacia la frontera. Vi una banda de 4x4 haciendo un recorrido oficial por un programa de televisión.

Salí de las montañas y volví casi al desierto Karoo, para ir a Bloemfontein. Es una ciudad que habíamos pasado en auto por la ruta desde Johannesburgo hacia Ciudad del Cabo.

El hombre en Stellenbosch que podía llamar por las dudas me había dicho de una escritora estadounidense en Bloem, una mujer bastante joven que había escrito para el “New York Times” y la revista “The New Republic”.

Junté con ella por unos días, más que nada par ver cómo es una periodista que ha tenido tanto éxito tan pronto.

Salí de Bloem bastante contento con la respuesta a esa pregunta.

Volví en un bus por la noche hacia Johannesburgo. Devolví los libros a Heidi y me hizo un desayuno en su hotel.

Tomé un taxi al aeropuerto. Volví, de Johannesburgo, por Dakar, por Washington, a Chicago, a mi casa. Llegué un domingo a la mañana. Mi madre vino al aeropuerto para buscarme antes de ir a la iglesia.


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